Como si fuera un cuento...
...todo empezó con esta boda:
El novio era un príncipe de la dinastía Wittelsbach: Adalbert Wilhelm Georg Ludwig de Baviera. La novia era una infanta de la dinastía Borbón: Amalia del Pilar. Ambos contrajeron nupcias en el palacio real de Madrid, el 25 de agosto de 1856.
Tanto Adalbert como Amalia eran los hijos menores de sus respectivos padres. En el caso de Adalbert, se trataba del noveno hijo que la agraciada Theresa de Saxe-Hidburghausen había dado al rey Ludwig I de Baviera. Antes de poner en el mundo a Adalbert, Theresa ya había tenido tres hijos varones (Maximilian Josef, futuro rey Maximilian II; Otto y Luitpold) así como cinco hijas (Mathilde, Theodelinde, Adelgunde, Hildegard y Alexandra). Por lo que se refiere a Amalia, su madre, la princesa Luísa Carlota de las Dos Sicilias, había tenido previamente, en su unión conyugal con su tío materno el infante español don Francisco de Paula, diez retoños, de los que alguno, sin embargo, murió en plena infancia. Al final, de la amplia prole de Francisco de Paula y Luísa Carlota quedarían dos hijos varones, Francisco de Asís y Enrique, a los cuales se sumaban cinco féminas: Isabel Fernandina, Luísa, Josefa, Cristina y Amalia.
Ni Adalbert ni Amalia habían disfrutado de plácidas y armoniosas vidas hogareñas. El rey Ludwig I, padre de Adalbert, constituye una figura histórica apasionante, pero, desde luego, no representa un
modelo de marido. Su encantadora esposa Theresa sufrió bastante debido a las frecuentes aventuras amorosas del monarca, que acabaría viéndose destronado a consecuencia de un alzamiento popular bastante relacionado con el hecho de que él se estuviese dejando desplumar por la aventurera irlandesa Lola Montez. En lo que se refiere a Amalia, su notoriamente ambiciosa mamá, Luísa Carlota, falleció cuando la niña aún no había cumplido cinco años de edad. El infante Francisco de Paula pronto rehizo su vida amorosa. Con el tiempo, se casaría en segundas nupcias, morganáticamente, con Teresa Arredondo, duquesa de San Ricardo.
Sin embargo, Adalbert y Amalia, cuyo casamiento fue un apaño entre los Wittelsbach y los Borbones, formaron una pareja sorprendentemente bien avenida. Se podría decir que se gustaron, congeniaron y mantuvieron a lo largo del tiempo una excelente relación. Adalbert, de rostro agraciado, pero bastante rubicundo y de gruesa figura, con un vozarrón que cuadraba bien con su carácter áspero, trató con gran delicadeza a Amalia, que no era ni guapa ni graciosa, sino de pequeña estatura, entradita en carnes, poco inteligente y demasiado aficionada a fumar habanos.