Alix.
Bertie tiene la suerte de que, en su momento, se había elegido para él a una princesa de belleza verdaderamente extraordinaria y dotada de un particular encanto: Alexandra de Dinamarca. Los ingleses, en general, beben los vientos por la hermosa y dulce Alix desde el mismo instante en que ella había desembarcado en Gravesend para convertirse, unos días más tarde, en la consorte del príncipe de Gales. A esas alturas, Alix ha cumplido, además, su deber dinástico, proporcionando dos hijos y tres hijas a la nación. Todos la rodean de un afectuoso respeto.
El problema radica en que Bertie SÓLO puede ofrecerle exactamente lo mismo: afectuoso respeto. Bertie tiene plena constancia de que su mujer es un prodigio de hermosura, pero en su relación ha faltado, desde el principio, un ingrediente que él considera esencial: pasión. Al igual que muchas damas de la época, Alix anhela en su corazón el romanticismo que emana del cortejo, pero su cuerpo rechaza la intimidad física. No existe una disposición alegre y retozona hacia el sexo en ella. De alguna forma, el sexo forma parte de las exigencias de la naturaleza masculina: la naturaleza femenina se somete, por un acendrado sentido de lo que son "los deberes conyugales" y porque no hay otra forma de crear una familia.
A los pocos meses de su boda, Bertie ha comprendido que jamás encontrará ni un ápice de "fogosidad" en Alix. Ella, recien casada, ha hecho lo que podía por integrarse en el círculo de jaraneros infatigables al que pertenece su marido. La reina Victoria, madre de Bertie, que había esperado que Alix fuese una "influencia estabilizadora" para el príncipe, se enoja considerablemente al ver cómo la princesa se incluye en un interminable carrusel de actividades lúdico-festivas. Pero, con el tiempo, Alix tiene que frenar ese ritmo de locos. Los embarazos y partos la llevan a confinarse durante largos períodos de tiempo. Bertie, entre tanto, se dedica con afán a "sus asuntos". Dado que no se le encomienda ninguna tarea seria (Victoria no cree en la preparación ni en la capacidad de su retoño), se dedica a seguir la pauta de la temporada social británica combinándola con frecuentes viajes a París, la Riviera o los spa de
moda en Alemania.
Las aventuras sentimentales o eróticas de Bertie dan pábulo a numerosos comentarios. Le han metido, asimismo, en algunos "berenjenales" que casi han puesto al borde del colapso a la muy decente reina Victoria. En 1869, por ejemplo, Sir Charles Mordaunt, un miembro del Parlamento, había querido citado a declarar ante el tribunal que debía concederle el divorcio de su adúltera esposa Harriet Sarah Moncreiffe a Bertie príncipe de Gales. Al parecer, mientras Mordaunt se dedicaba a cazar zorros en distintas propiedades rupestres, lady Mordaunt "entretenía" a diversos caballeros entre los que habrían figurado Bertie y algunos amigos de Bertie. El asunto amenazaba con transformarse en un escándalo monumental cuando la familia de Harriet convenció a Charles de que más valía correr un tupido velo y enviar a la mujer a una serie de discretos establecimientos para albergar señoras "perturbadas mentalmente".
Sin embargo, hubo una secuela que hizo rebrotar los viejos rumores en 1875, cuando lady Mordaunt, que había retornado a su vida normal tras un largo período de confinamiento, se encontró embarazada...de alguien que no era, desde luego, sir Mordaunt. El "culpable" del "estado interesante" y por tanto del divorcio de la dama fue lord Lowry Cole. Pero el enrevesado asunto Mordaunt hizo recordar la vieja historia acerca del príncipe y la dama, una historia que había dejado muy maltrecha la reputación de Bertie, aparte de que había hecho sufrir bastante a la reina Victoria y a la princesa Alix.
El mujeriego Bertie, sin embargo, pareció dispuesto a renunciar a sus constantes enredos en 1877, cuando se enamoró de la señora Lillie Langtry...