Sofía...
...no puedo evitar mi ternura hacia Sofía.
Porque cuando Sofía había nacido, en la segunda mitad del mes de septiembre de 1657, su llegada al mundo sólo ocasionó cierto disgusto. Para entonces, la madre, María Miloslavskaya, ya había dado a luz en cinco ocasiones; la criatura a quien se llamaría Sofía fue la sexta de sus vástagos. Lo cierto es que María se había estrenado en las lides de la maternidad con éxito, pues su primogénito había sido un varón: el tsarevich Dimitri Alexeyevich. Desdichadamente, Dimitri había muerto antes de cumplir un año de vida. Tras el fallecimiento de Dimitri, que causó la lógica consternación, el segundo embarazo de María concitó de nuevo las esperanzas del zar Alexis de obtener un heredero, pero resultó que su esposa sólo logró proporcionar una tsarevna: Yevdokia Alexeevna. A esa tsarevna Yevdokia la siguió una hermana: la tsarevna Marfa Alexeevna. En 1654, finalmente, María Miloslavskaya había alumbrado un nuevo tsarevich: Alexis Alexeyevich. Pero, en aquellos tiempos, demasiados niños perecían antes incluso de alcanzar la pubertad. Un único varón no garantizaba ni siquiera mínimamente la pervivencia del linaje imperial.
Sin concederse treguas, María siguió cumpliendo su labor reproductora. Enseguida se embarazó por sexta vez...y todos en su entorno elevaron oraciones para que tuviese otro niño. Pero llegó la niña Sofía Alexeevna, destinada a compartir el térém con sus hermanas mayores Yevdokia y Marfa. Después de Sofía, todavía hubo dos tsarevnas más: Ekaterina Alexeevna y María Alexeevna. Si bien el zar Alexis quería mucho a su mujer María Miloslavskaya, al cabo de DOCE AÑOS de vida conyugal sólo habían conseguido un varón superviviente -el tsarevich Alexis- con cinco féminas -Yevdokia, Marfa, Sofía, Ekaterina y María-. Era un balance desalentador.
Aquella especie de "maldición" se rompió en 1662, con el natalicio de Fyodor (a quien ya hemos conocido en su papel de Fyodor III). Pero a Fyodor, el "repuesto" por si se malograba su hermano Alexis (de hecho, así sucedería con el tiempo), le siguió una sexta tsarevna: Feodosia Alexeevna. A Feodosia es de suponer que nadie le hizo ninguna cucamona mientras la lavaban y la envolvían apresuradamente en finos lienzos. Una sexta tsarevna no era nada útil a la dinastía.
El asunto cambió con los partos siguientes, el undécimo y el duodécimo. Con su salud bastante mermada a cuenta de tanto embarazarse y tanto parir, María Miloslavskaya se resarció en gran medida al tener dos varones: Semyon Alexeyevich e Ivan Alexeyevich. Ya estaba la mujer echa una piltrafa cuando el decimotercer parto le costó la vida, a cambio de la de otra niña -¡la octava tsarevna!- que también falleció casi instantáneamente.
La pena del zar Alexis cuando falleció María Miloslavskaya fue sincera: ella había sido la más devota de las esposas durante veintiún años de matrimonio. Pero lo peor estaba por venir: en el plazo de seis meses a contar desde la muerte de María, fallecieron dos de sus hijos varones. Uno era Alexis, el promisorio heredero del trono, de diecisies años a la sazón. El otro era el pequeño Semyon, de cuatro años. En total, a Alexis le quedaron Fyodor e Ivan. Aunque Fyodor era inteligente e ilustrado, ya sabemos que estaba aquejado de una terrible enfermedad, que le había desfigurado y le convertiría en un semi-inválido, en tanto que Ivan era un muchachito físicamente débil con un acusado retraso mental. Alexis resolvió su frustración enamorándose de Natalia Narishkyna...la que le daría a Pedro.
Pero aquí lo que me gustaría es ofrecer una visión equilibrada de Sofía Alexeevna. Cuando la madre, María Miloslavskaya, pereció en 1669, de sus hijas, aquellas tsarevnas que venían siendo ceros a la izquierda en términos dinásticos porque los Romanov ni siquiera usaban a sus princesas en el mercado matrimonial europeo, vivían seis. Se había malogrado una de ellas, Anna, aparte de que la benjamina había muerto al nacer, tras recibir en un bautismo de emergencia el nombre de Yevdokia (como se sabía que íba a extinguirse en un santiamén, no importó duplicar el nombre de pila de la menor con el de la mayor de las princesas). Por tanto, sobrevivieron a María Miloslavskaya estas tsarevnas: Yevdokia "la Mayor", de diecinueve años; Marfa, de dieciséis años; nuestra Sofía, de doce años; Ekaterina, de once años; María, de nueve años y Feodosia, de siete años.
Entre las seis, Sofía ya destacaba.
Las cinco hermanas restantes -Yevdokia, Marfa, Ekaterina, María y Feodosia- estaban plenamente imbuídas de la filosofía del térém. Habían nacido en la púrpura...y para el térém. Así se cumplía la tradición moscovita. Por supuesto, el hecho de que su padre fuese el zar y de que su térém se hallase en el recinto del Kremlin suponía que tenían una calidad de vida superior a la de sus coetáneas. Disponían de habitaciones amplias, se les proporcionaba la asistencia de un nutrido grupo de damas y doncellas, no tenían que machacarse los dedos dándole al huso y la rueca, podían centrarse en ejecutar primorosos bordados en tejidos magníficos mientras las entretenían con lecturas piadosas o música. Pero era un mundo extraordinariamente limitado, como podéis suponer. Sofía nunca se resignó a permanecer enclaustrada en el térém, sin opciones a desarrollar su potencial intelectual y con los movimientos restringidos. Tuvo la iniciativa suficiente para dirigirse a su padre, el zar Alexis, rogándole que le permitiese recibir las mismas lecciones que recibía su hermano Fyodor. Al zar Alexis debió sorprenderle la actitud decidida de su hija Sofía. Estuvo de acuerdo en que Sofía fuese también instruída por el muy docto Siméon de Polotsk. Simeón enseguida informó al zar Alexis de que, si Fyodor era inteligente y con ganas de aprender, Sofía no se quedaba atrás precisamente. La chica había demostrado, a esas alturas, que no le faltaban agallas...y que una vez aprehendía al vuelo una oportunidad, no la soltaba fácilmente ni la desaprovechaba.
Esto dice mucho de Sofía. Al ascender al trono su hermano Fyodor, éste quiso "importar" en su corte
modos polacos. Los polacos, en ese tiempo, tenían fama de haber logrado cuajar un mayor refinamiento socio-cultural que los rusos. Por tanto, Fyodor, animado por sus más queridos amigos, decidió que se implantasen trajes de estilo polaco, un ceremonial de corte con reminiscencias polacas y el uso habitual del polaco. A algunos les gustó, a muchos les desagradó, pero así se hizo. En su línea aperturista, Fyodor incluyó en la existencia de la corte a su hermana Sofía, igual que lo haría con su esposa ucraniana Agraphia. El resto de las tsarevnas hijas de Alexis seguían en el térém, pues ese
modo de vida las había moldeado por entero. Pero Sofía Alexeevna gozó de un nuevo margen de libertad personal en la corte de su hermano Fyodor. Eso le permitió afianzar su carácter y asumir posturas políticas -un hecho señalado adecuadamente por Massie en su fabulosa biografía de Pedro El Grande-.
Sofía se había hecho ver. Los parientes de su difunta madre, los Miloslavsky, enseguida percibieron que, si Fyodor moría sin descendencia, lo que parecía posible y probable, se produciría una crisis sucesoria debido a la notable incapacidad del único hermano varón vivo de ese zar: Ivan. El hermanastro, Pedro, brillaba igual que el sol en el cielo por comparación con el pobrecito Ivan. Pero, claro, Pedro era el hijo de Natalia, el candidato de los Narishkyn y sus allegados. Los Miloslavksy tenían que aferrarse con uñas y dientes a la idea de que Ivan era el único legítimo sucesor de Fyodor. Conclusión: se necesitaría un regente para Rusia en nombre de Ivan. Y el que los Miloslavksy apoyasen claramente la candidatura de Sofía para esa función revela hasta qué punto había madurado la tsarevna Sofía. Nadie hubiese pensado ni en plena intoxicación etílica que se pudiese confiar semejante tarea a otra de las tsarevnas, recluídas en su térém. Sofía, en cambio, había eludido el térém...y había ganado paulatinamente presencia en el Kremlin; se podía contar con que había recibido una esmerada educación, tenía una mente cuidadosamente afinada y sabía desenvolverse en los intrincados vericuetos de la política.
Ya sabemos que, a la muerte de Fyodor, la primera opción del zemski sobor fue descartar a Ivan a favor de Pedro, situando en la regencia a Natalia Narishkyna, apoyada por un grupo bastante potente. Pero Sofía supo guiar apropiadamente a los Miloslavsky, que promovieron la rebelión de los streltsi. De esa rebelión de los streltsi se derivaría una matanza tal entre los Narishkyn y sus adláteres que incluso los Miloslavsky se asustaron de las consecuencias de sus actos. Se promovió una solución de compromiso. Así se llegó a la diarquía, el sistema con un zar senior -Ivan- y un zar junior -Pedro-, ambos sometidos a la regencia de la tsarevna Sofía.