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 Asunto: Re: Charles Maurice de TALLEYRAND
NotaPublicado: 20 May 2014 22:36 
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El congreso lo presidía formalmente el Kaiser Franz, que es este de aquí abajo. No pasaba por ser muy listo (de haber habido electroencefalogramas en aquellos tiempos el suyo le habría salido plano), ni tampoco divertido, aunque tenía dos curiosos dones: uno, ser discreto; dos, aceptar con gran serenidad que se le murieran las esposas, gracias a lo cual cada vez que fallecía una emprendía de inmediato la búsqueda de la siguiente. Al comienzo del congreso aún estaba casado con una princesa italiana (la segunda de sus esposas), María Ludovika de Módena, de apenas 25 años y facciones muy agradables; de lo demás nadie ponía interés en opinar, pues una tisis galopante se la estaba comiendo viva, gracias a lo cual era imposible verla fuera de unas habitaciones que además no eran las suyas, ya que su marido se había empeñado en hospedar a su colega de igual empleo el Zar de todas las Rusias, allí también, en el Hofburg, para lo cual le cedió el ala conocida por Amèlie, donde hasta entonces residía la entristecida Kaiserin, de modo que la pobre se tuvo que buscar la vida a saber dónde, y encima con su tuberculosis a cuestas. El Kaiser, volviendo a él, consideraba que sus obligaciones no iban más allá de declarar inaugurado el congreso y organizar un festejo imperial más o menos una vez a la semana, para lo que solía recurrir a las dos Redoutensaallen (la grande y la pequeña), quizá con ánimo de que su señora no tuviera que salir del Hofburg (podía fallecer en cualquier esquina), pues las dos se hallaban allí mismo. Como era natural la calefacción se ponía más que alta, de forma que las damas pudieran mostrarse poco menos que desnudas, según la moda del momento (siempre que acaba una guerra la carne proterva resurge de los trapajos funestos y se muestra en todo su esplendor). Salvo eso, y hacerse contar de vez en cuando qué tal iban las cosas, de lo que se ocupaba su canciller Metternich, no hacía nada más (ni falta que hacía).

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La Kaiserin era esta monada:

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El príncipe Metternich andaba por los 42, era diplomático de profesión, su educación era exquisita y junto con Talleyrand pasaba por ser el Dios de la diplomacia (Talleyrand era en realidad el Diablo, pero esa es otra historia). No habría pasado de ser un eficaz diplomático de los infinitos que componen la extraordinaria escuela vienesa, pero en su momento comprendió que si emparentaba con los Kaunitz, una de las más adineradas e influyentes familias con intereses en la política imperial, adelantaría por fuera de la curva a toda la competencia; a eso se debió que pusiera sitio a la feísima si bien muy bondadosa Eleonore von Kaunitz, la cual capituló poco menos que de un día para otro. Los suyos, que no eran tontos, entendieron la jugada, pues el guapísimo Metternich llevaba grabado en la frente el estigma del arribismo, pero supo venderse bien, al punto de que los Kaunitz pronto comprendieron que casando al horror con aquel tipo tan decidido pronto habría un kanzler en la familia, con excelentes ventajas para todos. Metternich jamás descuidó el cumplir con su señora, a la que hizo hasta siete hijos (el último nada más recibir la encantadora "mucha pasión, etc", se supone que para ponerse al día). Lo malo fue que la herencia genética de la pobre Eleonore era pésima, pues todos menos uno, además de ella misma, dejaron este mundo a edad muy temprana, por culpa de la maldición de la época: la tuberculosis galopante.

Este de aquí es Metternich, pintado por el más grande de todos los grandes: Sir Thomas Lawrence (el cuadro se pintó a lo largo del congreso, entre 1814 y 1815):

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Esta de aquí es la kanzlerin Eleonore; el artista hizo lo que pudo, aunque, según se cree, al natural no había nada que hacer. La Duquesa de Sagan, que disfrutaba una exquisita lengua de víbora (de las peores clases de víboras), una vez que acompañada de Pauline fue a tomar un té con ella (agosto de 1814), cuando las dos evaluaban la pretensión de Metternich de formar un tripartit al estilo del que patentó Louis XV, la definió como "osa hormiguera", y así fue como la pobre pasó a la historia.

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Este de aquí, por fin, es el Freiherr (barón) von Gentz (amante, por cierto, de la Duquesa d'Acerenza). Era un diplomático prusiano extremadamente culto, capaz de escribir en alemán, francés e inglés con idéntica soltura. Desde hacía diez años era el secretario personal y hombre de confianza de Metternich, el cual había impuesto que actuara como secretario de actas del Congreso. Aquí debo explicar que las conferencias rutinarias (dentro de las importantes) se celebraban en la gran sala de reuniones del príncipe Metternich, participando éste y los siete jefes de las legaciones principales (Inglaterra, Rusia, Prusia, Suecia, Portugal, España y Francia, además de Austria), complementados éstos por los plenipotenciarios que padeciera cada uno; lo normal era que tuvieran tres, salvo España, que no tenía ninguno. Los plenipotenciarios se sentaban tras sus jefes, de modo que en la mesa sólo se apoyaban nueve pares de codos: los de los jefes de legación y los de Gentz. Metternich había garantizado la exquisita neutralidad del secretario de actas, la cual todos habían dado por buena, sobre todo Lord Castlereagh (Inglaterra), que hacia la Navidad de 1814 ya le había soltado 100 guineas oro, y Talleyrand, que hacia las mismas fechas le tenía más que sobornado con 500; gracias a eso, las comas en los textos no siempre se imprimían como se dictaban, lo que no puede hablar mejor de la exquisitez profesional del Príncipe de Bénévent, que así era como por entonces se presentaba Talleyrand.

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En cuanto a las ampulosas y engoladas declaraciones de Gentz que citaba Josefita, son lógicas y naturales. Existe un teorema matemático que, resumido, viene a decir que a mayor la grandilocuencia del que habla, menor la vergüenza que tiene, y en aquella sala del palacio de la Ballhausplatz a nadie le quedaba una molécula de tan molesta cosa, salvo en todo caso al bobo del Marqués de Labrador, nuestro incompetente representante. Lo que se pretendía en aquel congreso era repartirse Sajonia y Polonia, reorganizar unas cuantas fronteras correspondientes a los 42 estados alemanes presentes en el congreso (que sólo se animaron a reunirse por separado cuando comprendieron que nadie tenía intención de hacerles caso), repartirse las colonias arrebatadas a Francia y, por lo demás, dejar bien establecidas las bases del retorno de todas las potencias al feliz despotismo ilustrado del siglo XVIII, como si la gran algarada francesa de 1789 y el cuarto de siglo que le siguió no hubieran tenido lugar.

Esos, al menos, eran los planes.

Lo que les salió fue bastante diferente, por culpa del de siempre: Bonaparte.

Y mañana, más.


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 Asunto: Re: Charles Maurice de TALLEYRAND
NotaPublicado: 21 May 2014 08:51 
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Minnie, tus datos son mejores que los míos. Me paso por tu culpa al bando de los convencidos de que la hija de Dorothée subió a los cielos allá por el diez de mayo, y no el de marzo. Sin embargo, no creo que tal cosa fuera determinante en el saqueo de los atteliers parisinos por parte de la horda Von Biron (pagando Metternich, por supuesto). Lo pienso así porque Wilhelmine no pisaba París desde hacía 12 años y estaba lógicamente apolillada. Metternich tenía los recuerdos más frescos, pero desde luego no estaba a la última, de modo que, a mi modo de ver, a Anna Dorothea y a Dorothée no les quedaría otra que llevarles de la mano a los que por entonces eran la créme de la créme. En cuanto a que siempre pagara Metternich no es un supuesto basado en el presumible rostro pétreo de las hermanas; dejando aparte que en algún sitio lo dice (lo siento, soy incapaz de recordar dónde), lo cierto es que hacia mayo de 1814 ninguna de las cinco estaba en una situación económica particularmente boyante, y la alta costura de París ya por entonces, aunque aún no se llamase así, disfrutaba de unos precios espeluznantes. Sus estrecheces económicas tenían que ver con la guerra de 1812 (la invasión de Rusia por parte de Boney). Hasta ese momento las cinco recibían con razonable puntualidad la pensión vitalicia que les asignó Catalina la Grande a cambio de quedarse por las buenas en 1795 con el ducado de Sagan y Samgallen, las cuales, hasta donde recuerdo ahora mismo, ascendían cada una a 250.000 florines-oro anuales (un disparate). Las de Wilhelmine, Pauline y Johanna siguieron llegando con relativa normalidad, pero las de Anna Dorothea y Dorothée, que se habían vuelto francesas, quedaron suspendidas (el Zar se puso al día en 1815, pero aún faltaba para eso). En cuanto a las rentas, las posesiones de Anna Dorothea en Prusia no eran de las que rendían mucho (no eran explotaciones agrarias, sino palacios y residencias con gastos y nada más que gastos; a eso se debe, por ejemplo, que debiera pulirse Friedrichsfelde, para poder seguir comiendo), de modo que, si lo pones todo junto, sale que la duquesa de Courlande a la sazón estaba tiesa. La renta de Günthersdorf seguía llegando con relativa normalidad a los bolsillos de Dorothée, pues Napoleón se la devolvió nada más volverse francesa (lo que no hizo con los predios de Sagan y de Hohlstein, los de Wilhelmine y Pauline, lo cual influyó poderosamente en el inmenso odio que le profesaron desde ahí), pero no era lo suficientemente grande para sostener su tren de vida (no era una condesa estoica, precisamente), ni tampoco para cubrir las inmensas deudas de juego (y de amor mercenario) de su dueño y señor. Tampoco recibía el canon que pagaba el Zar por el alquiler del palacio Kurland, en el Unter-den-Linden y pegadito al Alte Schloss de los Hohenzollern, por el marasmo en que se hallaba la economía rusa, a la sazón viviendo en gran parte de los subsidios británicos (la pensión de las hermanas y la madre salía de los fondos del Zar, pero la de las embajadas procedía del presupuesto general del estado). Total, que no se compraba un trapo. Wilhelmine sólo contaba con su pensión y con lo que rendía el condado de Náchod, que si bien no estaba mal tampoco le permitía sostener su hasta 1807 fabuloso tren de vida; había recuperado Sagan, pero el último de los administradores franceses, Breille (o algo así; luego fue más conocido por Stendahl; esa es la razón de que Wilhemine le detestase al límite de la persecución) no había dejado ni las telarañas, tras llevarse todos los animales, talar todos los árboles y devastar todos los sembrados, de modo que tardaría unos cuantos años en volver a recibir un rendimiento interesante de su inmensa propiedad; por si fuera poco se veía en la obligación de subsidiar a sus dos hermanas vienesas, así como enviar de vez en cuando algún dinero a su pobre mamá. En fin, que las cinco andaban lampando un franco. De ahí que no tenga nada de particular que todas ellas, aprovechando que el Pisuerga pasaba por Valladolid, se reequipasen de arriba a abajo con cargo al también devastado tesoro austríaco, y es que ya se sabe lo que dicen los almirantes catalanes, que tira más pelo de ya imagináis qué que maroma de galera.


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 Asunto: Re: Charles Maurice de TALLEYRAND
NotaPublicado: 21 May 2014 09:44 
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Registrado: 16 Ene 2013 17:33
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Talleyrand tardó mucho en sentarse a la gran mesa de conferencias (las "a ocho"). Primero era necesario que se le admitiera en la otra sala, la reservada a las grandes potencias (Inglaterra, Austria, Rusia y Prusia), para lo cual se pasó tres meses maniobrando, negociando, amenazando y sobornando (no estoy seguro de que lo hiciera en ese orden). Él tenía una mala causa y montaba en un muy mal caballo, pero al igual que Simeone supo sacar un gran partido de sus pésimas cartas. La primera de ellas era su rey, este de aquí mismo:

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Louis XVIII eran un Borbón pluscuamperfecto. Hipócrita, desalmado, vago y tragón, había logrado sobrevivir a un exilio de 24 años gracias no a su fortuna (no se gastaba un franco de los suyos), sino a la calculada generosidad británica, que le mantenía vivo y coleando a fin de ofrecer a Francia una alternativa que pudiera controlar cuando al fin liquidase a Bonaparte. Dado su inmenso tonelaje se calculaba que no tardaría mucho en reunirse con su hermano XVI (un error; el planeta debería soportarle aún ocho años más), razón por la cual los ingleses en particular, y todo el mundo en general, mimaba cuanto podía al delfín, que no era su hijo sino su hermano. A la sazón éste ostentaba el título de conde d'Artois, en privado se le llamaba Monsieur, y por si algo le faltaba padecía un primogénito estúpido (el duque d'Angouléme) y una nuera-sobrina (Charlotte, hija de su difunto hermano XVI; su parecido con Doña Alicia Sánchez Camacho es más que sorprendente) que rezumaba odio por todos sus poros, lo cual acabaría por costarles a todos unos disgustos gordísimos. Eran estos tres:

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Al frente de su gobierno había puesto a un tipo fidelísimo pero inútil de solemnidad. Pierre-Louis de Blacas (el de aquí abajo) era un convencido del derecho divino de los reyes no ya a reinar sin restricciones, del modo más absoluto, sino de hacer lo que les diera su real gana gozando de una total irresponsabilidad penal, civil y legal. Talleyrand, como es natural, no le podía soportar. Allá por mayo de 1815 le crucificaría sin compasión, pero aún faltaba para eso.

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Talleyrand contaba con tres plenipotenciarios. Es verdad lo que dice Minnie, que el más inteligente, productivo y competente era La Besnárdiére (se le consideraba el mejor "tratadista" de los presentes en Viena), pero el que hacía que se sentara en su lugar a la mesa de los ocho era el duque de Dalberg, un antiguo Obispo alemán que en su momento le echó una buena mano para pastelear en dos días la difícil boda entre su católico sobrino y la luterana Dorothée, cosa que perpetraron en Frankfurt, ciudad-estado de reconocida manga ancha en materia de matrimonios de piedad no unificada y cercana a donde por entonces Berthier organizaba el ejército francés que meses después destrozaría a los austríacos en Wagram, provocando el ascenso a las más elevadas alturas del ambiciosísimo Metternich, al cual le bastaron minutos, en su momento, para convencer a Talleyrand de amortizar a la vieja y estéril Yeyette para colocar en la cama de Bonaparte la comparativamente esplendorosa Maria Ludovika von Habsburg-Lothringen, esta de aquí mismo, la cual, en su momento, demostró con creces que ser entregada a las garras del Corso fue lo que más podría apetecerle en este mundo.

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Que Talleyrand (apodado le diable boiteux, o el diablo cojo) era un genio lo demuestra que hacia mediados de diciembre de aquel 1814 el congreso se había despilfarrado en cuestiones previas (ponerse de acuerdo en los sistemas y unidades de medida, y poco más), mientras él se las apañaba para que los ingleses, los austriacos y los rusos se rindieran y obligaran a los más recalcitrantes, los prusianos (su representante, Hardenberg, tenía cuentas personales pendientes con Talleyrand), a pasar por el aro y rendirse a la evidencia: de ningún modo Europa podría marchar adelante sin considerar a Francia una potencia tan de primera categoría como Inglaterra, Rusia, Austria y Prusia. Sólo a partir de ahí el Congreso de Viena comenzaría en realidad y sólo desde ahí Talleyrand se sentaría a la mesa de sus siete supuestos iguales y de su altamente sobornado secretario de actas.


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 Asunto: Re: Charles Maurice de TALLEYRAND
NotaPublicado: 21 May 2014 09:51 
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¿Creo que María Ludovica era la tercera esposa de Francisco I? (que había sido Francisco II y que había estado a un pelo de convertirse en Francisco Cero, como decían con rechifla los vieneses, o eso recogía Castelot en su biografía de Napoleón)
Excelente tema. :yay:


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 Asunto: Re: Charles Maurice de TALLEYRAND
NotaPublicado: 21 May 2014 10:15 
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ArsinoeIV, tienes toda la razón. Antes padeció una Elisabeth von Württemberg y una María Teresa de Nápoles, y después de llevar a Maria Ludovika a la Kapucinergruft aún le quedarían fuerzas para encarar a una tremenda Caroline Augusta von Bayern. Gracias a todas ellas (bueno, a las 1 y 2; las 3 y 4 resultaron tristemente improductivas, aunque quizá el improductivo por entonces ya fuera él) logró engendrar un total de 9 archiduquesas, las cuales (las siete que sobrevivieron a la infancia) vinieron de maravilla a la diplomacia matrimonial austríaca, la de toda la vida, y cuatro archiduques a cuál más tonto, especialmente el muy epiléptico Ferdinand I, el que a su debido tiempo le heredó.


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 Asunto: Re: Charles Maurice de TALLEYRAND
NotaPublicado: 22 May 2014 11:18 
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De los siete contrapartes de Talleyrand que se sentaban a la mesa, el más peligroso para él, por numerosas razones, era el representante de Inglaterra, Lord Castlereagh. Era un hombre mucho más joven, muy bien preparado, excelente parlamentario, inalterable, flemático, elegante y, en general, exquisitamente capaz de sacar de sus casillas a cualquiera, comenzando por el representante español, al que despreciaba tiernamente. Lord Castlereagh era el jefe del grupo parlamentario en la House of Lords, donde el premier de por entonces, Lord Liverpool, le echaba muchísimo de menos, pues esa cámara era una caterva levantisca, indisciplinada y muy contestataria, y él, además de lo muy liados que suelen estar los primeros ministros ingleses, era un pésimo parlamentario, malamente capaz de convencer con argumentos y muy dado a dejarse llevar por la ira y el disgusto, sobre todo cuando algún vizconde de medio pelo le plantaba cara. Eso daba lugar a que manifestara una creciente impaciencia por el desarrollo de los acontecimientos en Viena, en un congreso que a él le parecía no necesitaba más de un mes pero que, por lo que Castlereagh y otros le contaban, igual tenía para más allá del nisesabe.

La preocupación principal de Lord Liverpool, que había transmitido a Castlereagh, era que Inglaterra llevaba gastados del orden de setecientos cincuenta millones de libras en guerrear contra Francia (la de la Convención, la del Directorio y la de Napoleón), las cuales se convertían en mil millones tras sumar lo gastado en la guerra contra los USA de 1812 y que aún no se sabía cuándo acabaría. No todos aquellos millones se gastaron en armas, ejércitos y armadas, ya que la parte principal se había ido en subsidiar a potencias beligerantes, Rusia y Prusia principalmente, que sin el oro inglés habrían tenido que parlamentar con Boney, lo que habría sido fatal para los principios estratégicos británicos, los cuales partían, desde la guerra de los 100 Años, en que lo mejor para Europa sería una unión de naciones, lo cual sería lo peor que podría pasarle a Inglaterra, razón por la cual llevaba cuatro siglos alimentando el divide y vencerás a fuerza de oro, y también de cañonazos a falta de mejores argumentos. Liverpool y los tories en general esperaban que con la Paz de París llegaría la tan ansiada paz mundial, de todo punto necesaria para que regresara la normalidad y el comercio británico, especialmente tras haberse quedado "de facto" con la mayor parte del agonizante imperio ultramarino español, se desarrollara tan a lo grande como ellos esperaban, y lo primero y necesario para ello era que los idiotas reunidos en Viena acabasen de ponerse de acuerdo de una maldita vez, especialmente los que, como Rusia y Prusia, si conseguían que sus indígenas comieran casi todos los días era gracias a los subsidios británicos.

Este de aquí es Castlereagh, y el que le sigue, Liverpool:

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(por si alguien no lo sabe, basta con hacer click en las fotos para que se desplieguen a pleno tamaño en una segunda página del navegador; de nada)

Los dos cuadros, en compañía de muchos otros más, cuelgan de las paredes de una sala especial, dedicada a los gobernantes británicos de los tiempos napoleónicos, de la National Portrait Gallery, un museo que por sí solo ya justifica un fin de semana de carísimos hoteles ingleses (salvo si el cónsul te hospeda a pan y cuchillo; en ese caso no te cuesta nada). Castlereagh, volviendo a él, tenía el firme propósito de evitar por todos los medios que Francia volviese a desempeñar un papel relevante en la Europa posnapoleónica, pero Talleyrand era mucho Talleyrand. Le atacó desde varios ángulos; el primero, la mera, lógica y brillantísima argumentación intelectual, a solas los dos o en compañía de seres no muy hostiles, aprovechando las infinitas coyunturas que brindaban los cotidianos bailes y las diarias cenas; el segundo, buscando apoyos entre los que nadaban entre dos aguas, donde destacaba Metternich a muchos codos por encima de los demás; el tercero, haciéndole ver que Francia era el contrapeso perfecto para el nuevo poder que venía del Este, el que formaba la entente Rusoprusiana (los rusos querían quedarse con Polonia, los prusianos con Sajonia, y si digo "quedarse" es porque ya habían desplegado allí sus tropas, no vayáis a pesar que lo de Ucrania y Crimea es un invento del siglo XXI, pues en el XIX ya se hacían así las cosas). Por último, si bien ésto pertenece al terreno de la murmuración, parece que se las apañó, o al menos lo intentó, para alegrarle las pajarillas de un modo lógicamente discreto. Era notorio que a Viena le habían bastado dos semanas para transformarse en una especie de Sodoma del Danubio donde todos los placeres estaban permitidos, pero aún así los representantes ingleses (los de la legación; los de la embajada pensaban de otro modo) se mantenían dentro de los parámetros de puritanismo extremo de un Lord Liverpool que seguía resistiéndose como un león a legalizar el whisky (además de la prostitución). En apariencia, para Castlereagh mantenerse incólume ante las abrumadoras tentaciones que se cernían sobre los de su casta no era difícil, pues se había traído con él a su esposa de casi veinte años; esposa sin hijos, cosa rara en aquel tiempo, y además un tanto excéntrica, sobre todo a la hora de dar cenas (la cocina de la legación británica pasaba por ser la más temible de toda Viena). Las lenguas vespertinas susurraban que las relaciones entre Lord y Lady Castlereagh no eran precisamente apasionadas, de lo que había tomado buen nota el muy perspicaz Talleyrand, el cual tenía un ojo portentoso para calibrar los apetitos particulares de cualquiera en quien posase su atención. Que aquello contribuyese al cambio de rumbo que comenzó a mostrar Lord Castlereagh a mediados de noviembre es algo que aún no ha sido demostrado, aunque los muy mal pensados opinan que algo pudo haber. Los secretos son una constante en la vida del en España muy denostado Lord Castlereagh (a mí, personalmente, me cae la mar de bien), lo cual concluyó en su aparatoso suicidio, siete u ocho años más tarde, cuando sin previo aviso se autodegolló con un abrecartas de plata no muy bien afilado; nunca se supo la razón, pero no tardó mucho en empezar a murmurarse que de ningún modo deseaba encarar el destino que años después disfrutaría Mr Oscar Wilde.

El embajador inglés en Viena era Sir Charles Stewart, un notorio y guapísimo millonario, guerrero, diplomático y político, además de hermanastro de Lord Castlereagh, con el que no parece que compartiese afición alguna. Había ganado una buena fama militar combatiendo a las órdenes de Wellington en la guerra peninsular (la que nosotros llamamos de la Independencia), y tras eso se había dedicado a disfrutar de la vida con cargo al presupuesto británico de asuntos exteriores. En Viena se celebraba mucho su existencia, pues raro era el día que no daba un buen escándalo. El que más risas provocó fue un encontronazo con un cochero a la salida de un restaurante vienés, el cual se resolvió por KO a favor del cochero y en contra del muy borracho "Pumpernickel", el apodo con que le había crucificado alguna lengua femenina ciertamente viperina (se habla de Andrómeda von Russland, aunque bien pudo ser otra). El buen Stewart no participaba en el Congreso, aunque daba apoyo a su legación en toda clase de fiestas, bailes, cenas y saraos de todo tipo. Así dejaba pasar el tiempo, disfrutando de la vida mientras crecía, lógicamente despacio, la que había elegido para resolverle la vida una vez acabara de pulirse las herencias, Lady Frances Vane-Tempest, una heredera formidable a la sazón de 12 años y que cuando entrara en posesión de sus muchísimos millones sólamente la duquesa de Sagan podría hacerle sombra; bebía los vientos por Sir Charles ya desde antes que éste se quedara viudo (de una esposa tres años mayor que él con la que se casó demostrando lo bien que en Inglaterra se domina el noble arte del braguetazo), una pasión conocida de su padre (había dejado de oponerse a los deseos de su hija, por fortuna para Sir Charles, aunque no porque éste hubiera pasado a caerle mejor; sólo sucedía que se había muerto) y que espantaba al resto de sus parientes, pero Lady Frances tenía no sólo las ideas muy claras, sino una voluntad de hierro (se casaron en 1819 y estuvieron juntos los 35 años en que "Fighting Charlie" todavía viviría, en los que tuvieron tiempo de fabricar seis herederos), tan de hierro que Sir Charles, para consumar su proyecto, no tuvo más remedio que cambiarse de apellido al casarse y tomar el de su señora; ya véis, para nada era machista.

Este de aquí es Sir Charles; el cuadro también es de Sir Thomas Lawrence, y como los otros está en la National Portrait Gallery):

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Si a primeros de octubre la correlación de fuerzas en presencia señalaba 7 a 1 en contra de Talleyrand, a finales de noviembre ya era cuatro iguales, pues tanto Castlereagh como Metternich habían cambiado de chaqueta. El cuarto, aunque por otra clase razones, fue nuestro impagable Marqués de Labrador, pero eso mejor lo dejamos para otro día.


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 Asunto: Re: Charles Maurice de TALLEYRAND
NotaPublicado: 22 May 2014 16:21 
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Upridge, fantástica explicación de lo sucedido en el Congreso de Viena.
Tiendo a pensar, desde el punto de vista de un auténtico ignorante en la materia, que
el gran éxito de Talleyerand fue convencer a los Británicos que el peligro, para sus intereses, era la unificación alemana. Ellos, en su isla, estarían mas tranquilos con 38 estados distintos, franqueados por una Francia fuerte a un lado y un Imperio Austriaco al otro. Que los miembros de la confederación germánica ya se pelearían entre ellos. Y tenía razón.

Psd. Mira que les ha gustado siempre el dinero a los Londonderry. Si se tenían que casar con una heredera niña, pues se casaban. Con un Judío, con un Pakistaní, pues también. (Con todo mi respeto a estos pueblos y religiones).


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 Asunto: Re: Charles Maurice de TALLEYRAND
NotaPublicado: 22 May 2014 17:59 
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Upridge escribió:
El embajador inglés en Viena era Sir Charles Stewart, un notorio y guapísimo millonario, guerrero, diplomático y político, además de hermanastro de Lord Castlereagh, con el que no parece que compartiese afición alguna. Había ganado una buena fama militar combatiendo a las órdenes de Wellington en la guerra peninsular (la que nosotros llamamos de la Independencia), y tras eso se había dedicado a disfrutar de la vida con cargo al presupuesto británico de asuntos exteriores. En Viena se celebraba mucho su existencia, pues raro era el día que no daba un buen escándalo. El que más risas provocó fue un encontronazo con un cochero a la salida de un restaurante vienés, el cual se resolvió por KO a favor del cochero y en contra del muy borracho "Pumpernickel", el apodo con que le había crucificado alguna lengua femenina ciertamente viperina (se habla de Andrómeda von Russland, aunque bien pudo ser otra). El buen Stewart no participaba en el Congreso, aunque daba apoyo a su legación en toda clase de fiestas, bailes, cenas y saraos de todo tipo. Así dejaba pasar el tiempo, disfrutando de la vida mientras crecía, lógicamente despacio, la que había elegido para resolverle la vida una vez acabara de pulirse las herencias, Lady Frances Vane-Tempest, una heredera formidable a la sazón de 12 años y que cuando entrara en posesión de sus muchísimos millones sólamente la duquesa de Sagan podría hacerle sombra; bebía los vientos por Sir Charles ya desde antes que éste se quedara viudo (de una esposa tres años mayor que él con la que se casó demostrando lo bien que en Inglaterra se domina el noble arte del braguetazo), una pasión conocida de su padre (había dejado de oponerse a los deseos de su hija, por fortuna para Sir Charles, aunque no porque éste hubiera pasado a caerle mejor; sólo sucedía que se había muerto) y que espantaba al resto de sus parientes, pero Lady Frances tenía no sólo las ideas muy claras, sino una voluntad de hierro (se casaron en 1819 y estuvieron juntos los 35 años en que "Fighting Charlie" todavía viviría, en los que tuvieron tiempo de fabricar seis herederos), tan de hierro que Sir Charles, para consumar su proyecto, no tuvo más remedio que cambiarse de apellido al casarse y tomar el de su señora; ya véis, para nada era machista.

Este de aquí es Sir Charles; el cuadro también es de Sir Thomas Lawrence, y como los otros está en la National Portrait Gallery):

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Si a primeros de octubre la correlación de fuerzas en presencia señalaba 7 a 1 en contra de Talleyrand, a finales de noviembre ya era cuatro iguales, pues tanto Castlereagh como Metternich habían cambiado de chaqueta. El cuarto, aunque por otra clase razones, fue nuestro impagable Marqués de Labrador, pero eso mejor lo dejamos para otro día.


Jajajaja, me he reído a mandíbula batiente con tu forma de presentarnos a Pumpernickel, Upridge. Tanto tanto, que, por favor, no puedo esperar mucho a que nos ofrezcas tu retrato del impagable Marqués de Labrador ;-)


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 Asunto: Re: Charles Maurice de TALLEYRAND
NotaPublicado: 23 May 2014 08:44 
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Josefita, yo no estaría muy seguro de que por entonces, 1815, la preocupación principal de los ingleses fuera que la miríada de reinos, ducados y principados alemanes se unieran de un modo más estrecho que el previo al Sacro Imperio que Bonaparte dispersó de un soplido en 1806-1807. No digo que no les preocupara, pero sería en el largo plazo, ya que a corto había amenazas mucho peores. La principal era el movimiento pendular de Prusia, que tras haber sido despanzurrada en 1806 resurgía como una potencia militar francamente peligrosa, deseosa de anexionarse ducados y principados en el norte de Alemania, con el fin de darse una muy ansiada continuidad territorial (de toda la vida había sido imposible marchar de un punto a otro del reino sin tener que atravesar el territorio de algún vecino), y de quedarse con Sajonia, pretextando que había sido la más leal a Francia de las potencias centroeuropeas. Dado que con con ello arrastraba en su estela a Rusia, que veía con agrado la oportunidad de quedarse con Polonia sin apenas despeinarse, el balance de poder en Europa podría verse muy afectado, y muy en contra de los intereses británicos. Por si todo esto fuera poco, habían detectado en las filas prusianas un tipo singularmente peligroso al que conocían muy bien, ya que un cuarto de siglo antes había luchado en América a sus órdenes, en calidad de mercenario; allí aprendió a detestarles con toda su alma; el hombre se había ganado un prestigio formidable con su extraordinario rendimiento en Katzbach, en Leipzig y en Laon, lo cual hacía pensar a los ingleses, siempre desconfiados con el talento de los incontrolados, que podría convertirse con toda facilidad en un peligrosísimo Bonaparte prusiano, lo cual sería lo último que les apeteciera disfrutar. El tipo se llamaba August von Gneisenau, y si bien era poco conocido fuera de los círculos militares los ingleses no le perdían de vista, convencidos de que cualquier día les daría un disgusto. Combinado todo esto con la evidente decadencia del Imperio Austríaco, cada día más incapaz de controlar sus muy heterogéneos territorios, y con la peculiar personalidad del Zar Alexander, al cual consideraban también como extremadamente peligroso, aunque no por su talento, sino por estar como un cencerro, salía que Castlereagh no tardara en comprender que Francia, la enemiga irreductible de los últimos cuatro siglos, por arte de birlibirloque se transformaba por momentos en un aliado imprescindible al que había no ya que mimar, sino ayudar a que recuperara el puesto que le correspondía entre las potencias europeas. Ni que decir tiene que no llegó a esas conclusiones él solo. Talleyrand le ayudó muchísimo a entender lo que pasaba.


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 Asunto: Re: Charles Maurice de TALLEYRAND
NotaPublicado: 23 May 2014 15:55 
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Excelente Upridge!!! Adelante con Talley y su mundo!!!... :thumbup:


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 Asunto: Re: Charles Maurice de TALLEYRAND
NotaPublicado: 23 May 2014 16:07 
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:yay:
Upridge, tu relate esta casa vez mas interesante!!!

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 Asunto: Re: Charles Maurice de TALLEYRAND
NotaPublicado: 23 May 2014 17:12 
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Registrado: 16 Ene 2013 17:33
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Minnie, hernangotha y Tanja, muchísimas gracias a los tres. Saber que las humildes tonterías que uno explica hacen gracia a foreros de primera, ayuda mucho a no desfallecer.

Gracias otra vez.


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