Gracias por los piropos, chicos. Aquí os traigo unas imágenes, para que tanto texto no se haga pesado e incluso indigesto. La primera es mi cuadro favorito de Cecilia, ya lo había subido allá por la página 4, pero ahora lo he encontrado en mucha mayor calidad y por eso me permito el lujo de duplicarlo, jejeje.

Las siguientes son dos imágenes de la pareja que aquí nos vienen de perlas. En una, los dos ofrecen una estampa de agradable paseo en fín de semana con un perro...¿será el pobre "Fido" de Fiesole? ;-) En otra, aparecen preparados para un baile de disfraces, Fritz ha optado por lucir un uniforme de husar muy prusiano y en cambio su esposa viste de rusa.


Tras lo cual...
...la Radziwill comenta muy por encima el viaje a Egipto de Cilly. Indica que fue acompañada por su dama principal, Rose von Thiele Winckler, con quien ya sabemos que la relación podía llegar a ser muy tensa dado que la princesa la creía una espía de sus imperiales suegros. Según Radziwill, en Egipto se produjeron algunas escenas destempladas, por decirlo finamente, entre Cilly y Frau von Thiele Winckler porque la primera quería ejercer plenamente de turista, algo que la dama, acostumbrada a la pomposa y rígida corte prusiana, no encontraba apropiado. Frau von Thiele Winckler se quejó amargamente en sus cartas a Berlín de que Cilly no marcaba distancias en sus paseos por los barrios de El Cairo o sus reiteradas visitas a las ruínas de Menfis. La princesa permitía que la gente se le acercase y trataba de entablar conversación con todos, algo que sentaba como una patada en el estómago a Frau von Thiele Winckler. Queriendo darle algo de empaque al "tour por Egipto", fue la von Thiele Winckler quien insistió en partir lo antes posible hacia el Alto Egipto. Empezaron su gira al
modo típico y tópico, en Luxor. Allí se alojaron en un hotel en el que la habitación de Cecilia tenía una amplia terraza desde la cual la princesa veía caer del día mientras contemplaba el ancho Nilo. La escena la impresionó vivamente. Como es natural, visitaron las más famosas pirámides y la Esfinge antes de regresar a El Cairo, apenas unos días antes de embarcarse rumbo a Venecia.
Ahí es dónde la Radziwill introduce, como de rondón, un detalle romántico. Según ella, en El Cairo, antes de emprender viaje de regreso a Europa, Cecilia se encontró, por casualidad, con un norteamericano que había conocido años atrás, en Cannes. Por lo visto, aquel norteamericano, bien informado de la mala fama que arrastraba el kronprinz Fritz, había alertado a la jovencísima Cecilia de que cometería un grave error si se dejaba arrastrar a aquel matrimonio en apariencia magnífico. El americano le había sugerido que quizá todas las ventajas de convertirse en la esposa del heredero de un gran imperio centroeuropeo no la compensarían por una amarga vida privada, algo que había impactado fuertemente a Cilly. A la postre, no obstante, Cilly se había casado con Fritz. Radziwill indica que ese americano, cuyo nombre no menciona y a quien de hecho ni siquiera otorga una inicial, volvió a encontrarse con una Cecilia con varios años de desastroso matrimonio a sus espaldas en El Cairo.
En ese punto la Radziwill recrea una escena que podemos creernos...o no, jajaja. Según ella, una Cecilia muy emocionada por el casual encuentro aprovecha la ocasión para desahogarse de todas las penas acumuladas. El americano la escuchó con esa clase de empatía que cabe atribuír a una especie de amor platónico conservado con mino a lo largo de años. Cuando Cilly hubo terminado con su rosario de lamentos, se maravilló de poder confiar tanto en otro ser humano y preguntó a su compañero si querría quizá ser su amigo. Él le explicó que la más elemental prudencia desaconsejaba ese tipo de vínculo entre una princesa heredera y él mismo, que no sería una amistad que pudiese sostenerse sin dar pábulo a rumores altamente perjudiciales para ella. Aunque Cilly no quería entenderlo, él insistió en que su sentido del deber y su propio afecto hacia ella le obligaban a no aceptar la oferta a representar el papel de sempiterno confidente. Tal y como cuenta la Radziwill esa breve historia, la coge un buen guionista y prepara una pelicula magnífica a poco que se tomen en serio la fotografía y la banda sonora ;-)
A su vuelta a Berlín tras el periplo por Egipto, Cecilia mostraba signos de haberse convertido en una mujer más firme y resuelta, más dura. Antes de que hubiese transcurrido un mes, Frau von Thiele Winckler renunció a su puesto: no estaba dispuesta a seguir pasando por situaciones incómodas y tensas como las que había sobrellevado mal que bien en tierras egipcias. La reemplazó otra dama de corte prusiana de la cabeza a los pies: Frau von Alvensleben. Cilly solía ridiculizarla, porque era una mujer de cierta edad enteramente tradicional, que se ajustaba milimétricamente a la misma clase de rígida etiqueta que la princesa detestaba.
En esa época, Cilly se enteró, una vez más, de que sus concuñadas la ponían tibia a sus espaldas. La esposa de Eitel Friedrich, Lotta (diminutivo de Sophia Charlotte), y la esposa de August Wilhelm, Alexandra Victoria, eran mujeres a las que les gustaba brillar, razón por la que siempre se habían resentido de tener que permanecer por detrás de la kronprinzessin, la futura kaiserin. Su forma de vengarse consistía en criticar duramente a Cilly bajo la forma aparente de una almibarada expresión de simpatía. Por ejemplo, decían que era una pena que la "querida Cilly" no ejerciese de gran anfitriona en su palacete de Postdam, pero, claro, "había que entender" que la "pobrecita" no había recibido "la educación idónea para ello de la excéntrica rusa que era su madre". Esa clase de comentarios siempre se hacen para que reboten en las paredes hasta alcanzar los oídos de la persona que los motiva, claro. A Cilly le ofendía terriblemente cualquier referencia desdeñosa a su madre, Stassie. Bastante malo era que Stassie hubiese sido vetada en Berlín para que, para colmo, la pusiesen a hoja de perejil.
La reacción de Cilly fue organizar una fiesta en Postdam...y NO CURSAR las preceptivas invitaciones a sus concuñadas. Aquello era algo absolutamente escandaloso, no menos impactante que si les hubiera escupido en la cara a Lotta y Alexandra Victoria. Las dos corrieron a quejarse a su suegra, la Kaiserina, que se estremeció de horror ante semejante conflicto en el círculo interno de la familia imperial. Ella misma, dijo, acudiría a la fiesta escoltada por las nueras olvidadas: de esa forma todas estarían en la recepción, frenando en seco un aluvión de comentarios maliciosos de los berlineses. Pero Cecilia, enterada de la disposición de Dona, reaccionó hábilmente. El mismo día de la recepción, unas horas antes, fingió una repentina indisposición y declaró que no estaría presente, por lo que cedía el honor de ser anfitriona a Dona, su querida suegra. Eso era una forma de volver a insultar a sus concuñadas, que no tendrían el gusto de ser invitadas en una fiesta en la que fuese anfitriona Cilly.
Eran pequeñas escaramuzas, no la guerra abierta, pero esas pequeñas escaramuzas tuvieron su significación en la corte en aquel tiempo. Muy molesta por todo el incidente anteriormente descrito, Cecilia ni siquiera cumplió con el protocolo de pedirle la venia al káiser antes de largarse de Berlin rumbo a Cannes. Estaba informada de que su hermana Alexandrine, la reina de Dinamarca, había viajado para reunirse con Stassie, la madre de ambas, en Villa Wenden. Aquello no pensaba perdérselo Cilly, se pusiesen como se pusiesen los Hohenzollern ante su gesto de desafío al protocolo imperial.